Mi abuela solía decir que todo está inventado. Que curioso, hoy me he topado con una noticia que ha hecho acordarme de sus muchas sabías lecciones de vida.
La protagonista es Angela Ruiz Robles, maestra e inventora leonesa precursora de algo que a buen seguro ella misma no era consciente de la evolución tecnológica que alcanzaríamos. Quizás algún curioso le suene la llamada ENCICLOPEDIA MECÁNICA, corría el año 1949 y actualmente algunos la consideran el antecedente del actual e-reader. Esta maestra, curiosa y con una mente brillante impulso una gran innovación tecnológica, quizás demasiado para la época en la que se desarrolló.
La wikiepia describe la ENCICLOPEDIA MECÁNICA de la siguiente manera: “Abierta, consta de dos partes. En la de la izquierda lleva una serie de abecedarios automáticos, en todos los idiomas: con una ligerísima presión sobre un pulsador se presentan las letras que se deseen, formando palabras, frases, lección o tema y toda clase de escritos. En la parte superior de los abecedarios lleva a la derecha una bobina con toda clase de dibujo lineal, y en la de la izquierda otra con dibujo de adorno y figura. En la parte inferior de los abecedarios, un plástico para escribir, operar o dibujar. En la parte interior, un estuche para guardar asignaturas. En la parte de la derecha van las asignaturas, pasando por debajo de una lámina transparente e irrompible, pudiendo llevar la propiedad de aumentos, pueden ser estos libros luminosos e luminados para poder leerlos sin luz. A la derecha e izquierda de la parte por donde pasan las materias lleva dos bobinas, donde se colocar los libros que se desee leer en cualquier idioma; por un movimiento de los misma van pasando todos los temas, haciendo las paradas que se quieran o queda recogido. Las bobinas son automáticas y puede desplazarse del estuche de la Enciclopedia y extenderse, quedando toda la asignatura a la vista; puede estar sobre una mesa (como los libros actuales) o perpendicular, facilitando comodidad al lector, evitando con ello gran número de esfuerzos intelectuales y físicos. Todas las piezas son recambiables. Cerrado, queda del tamaño de un libro corriente y de facilisimo manejo. Para autores y editores el coste de sus obras se aminora considerablemente, por no necesitar ni pasta ni encuadernado y queda impresa de una tirada, o cada una de sus parte (si consta de varias), resultando este procedimiento un bien general.
Sorprendente, ¿verdad?. Una pena que no llegase a desarrollarse por falta de financiación. Pero debemos fijarnos en la fecha, 1949, y recordar que España iba a una velocidad muy diferente a la de la imaginación de la maestra leonesa.
