sábado, 19 de diciembre de 2009

Día Internacional del Migrante





Personas de todo el mundo dejan sus hogares, familias y países para conseguir trabajo y educación y escapar de la pobreza, la discriminación y los conflictos. Muchos lo arriesgan todo, incluso sus vidas, para conseguir seguridad y una oportunidad de ganarse la vida. A cada paso que dan se exponen a ser explotados, engañados y víctimas de abusos contra los derechos humanos.

Para conmemorar el Día Internacional del Migrante, migrantes de todo el mundo han contado a Amnistía Internacional cómo los explotan, los detienen y los atacan en su búsqueda de una vida mejor.

Migrantes que viven en Malaisia, Corea del Sur, México y Estados Unidos nos han contado cómo se enfrentan a unas condiciones de vida y de trabajo atroces, a empleadores sin escrúpulos, a personal de inmigración que abusa de ellos en los centros de detención y a la amenaza siempre presente de ser detenidos arbitrariamente por las autoridades. Los migrantes irregulares* son especialmente vulnerables a los abusos contra los derechos humanos.

Todas las entrevistas fueron realizadas por investigadores de Amnistía Internacional entre noviembre de 2008 y julio de 2009. Los nombres no son reales.
Historias de migrantes
Dev - "Esperamos tres meses sin trabajo."
Margarita - "Me dijo que si no me acostaba con él me haría regresar."
Carmen - "En vez de ayudarme, me esposaron."
Marcella - "Vivía en un contenedor de mercancías: una habitación con una ventana."

La historia de Dev, Malaisia
Immigration detainees at the Lengging Detention Centre, Malaysia, 23 July 2009.

Dev dejó su familia y su hogar en Nepal a los 19 años, y viajó hasta Malaisia para trabajar como limpiador. Es uno de los más de tres millones de trabajadores migrantes que hay en Malaisia. Ésta es la historia que contó a Amnistía Internacional:

“Me fui por el conflicto de Nepal. En el país había muchos problemas entre los comunistas y el ejército. Los comunistas se llevaban a los jóvenes para combatir. Te mataban si te negabas. Yo tenía mucho miedo, así que solicité un visado para ir a Malaisia.

Me puse en contacto con un intermediario y llegué a Malaisia con visado de limpiador. Pagué al intermediario 80.000 rupias nepalíes (1.000 dólares estadounidenses) para que me trajera. Tuve que pedir dinero prestado y debía devolver 1.000 rupias al mes con un interés de 320 rupias.

El intermediario me dijo que trabajaría como limpiador cuando llegara a Malaisia, pero nunca me dieron trabajo. Al llegar al aeropuerto de Kuala Lumpur, esperé cuatro horas. Al final llegó el agente y me recogió junto con otros nepalíes que también venían de limpiadores. 

El intermediario nos llevó a un piso donde estuvimos esperando tres meses sin trabajo. Jamás nos dio dinero, así que tuvimos que salir a la calle, explicarles lo que nos había pasado a otros nepalíes y pedirles comida y dinero. El intermediario se llevó mi pasaporte y nunca me lo devolvió.”


Más adelante, Dev pudo conseguir trabajo por sí solo en una fábrica, y también en una empresa constructora. El intermediario no le renovó el visado y se negó a devolverle el pasaporte.

Dev se convirtió en migrante irregular, sin permiso legal para residir ni trabajar en Malaisia. Le pagan muy poco comparado con otros trabajadores, pero sabe que no puede quejarse porque no tiene permiso de trabajo. No gana lo suficiente para poder enviar dinero a su familia en Nepal.

A Dev le gustaría regresar a su hogar en Nepal, pero ahora no puede hacerlo, ya que no tiene pasaporte y teme que las autoridades lo detengan.

La historia de Margarita, México
Mexico

Margarita y su pareja, Miguel, salieron de El Salvador en octubre de 2008 buscando una vida mejor en Estados Unidos. En El Salvador, Margarita trabajaba en una fábrica de ropa y ganaba cinco dólares al día, una cantidad insuficiente para alimentar a sus dos niños pequeños y enviarlos al colegio.

Como la mayoría de las personas migrantes de América Central, la pareja se dispuso a viajar sin documentos, en el techo de un tren de mercancías que los llevaría a la frontera de México con Estados Unidos.

El 5 de noviembre de 2008, Margarita y Miguel iban en el techo de un vagón de mercancías en el estado de Chiapas, México, cuando el tren se detuvo inesperadamente y unas camionetas del ejército se aproximaron a las vías.

La pareja saltó del tren y corrió hacia unos arbustos, seguida por dos soldados armados que dispararon varias veces al aire hasta que los atraparon. Margarita contó a Amnistía Internacional:

“No te imaginas que tus sueños pueden desvanecerse en un momento durante el viaje. El soldado me tiró de la mano y, apuntándome con su arma, me dijo que anduviera con él hacia los arbustos.

Nos alejamos de las vías del tren hasta que estuvimos totalmente solos. Me dijo que me quitara la ropa para ver si llevaba drogas.

Cuando me negué, me bajó los pantalones y me agredió sexualmente. Me preguntó cómo iba a pagarle por el disparo que había tenido que hacer por mi culpa.

Dijo que tenía que acostarme con él para compensarlo. Me dijo que si no me acostaba con él me haría regresar a mi país. Dijo que sería muy rápido y que si no armaba un escándalo me dejaría ir.”


Al final, el soldado dejó ir a Margarita y no la violó. Otras no logran escapar. Amnistía Internacional ha recibido varios informes según los cuales las migrantes son violadas con frecuencia, especialmente por bandas de delincuentes en México. Los autores de estas violaciones rara vez son responden de sus actos.

La historia de Carmen, Estados Unidos
usa
Carmen llegó a Estados Unidos desde México en 1998 y allí ha criado a sus tres hijos, dos de los cuales tienen la ciudadanía estadounidense.

En abril de 2008, fue detenida por no presentarse ante los tribunales por un presunto delito menor. La llevaron a la cárcel, donde fue interrogada por un agente de inmigración, que le dijo que la expulsarían del país.

Carmen pasó 24 días en la cárcel. El juez que vio su causa recomendó que fuera puesta en libertad, pero las autoridades de inmigración la mantuvieron detenida por motivos de inmigración.

Tras casi tres semanas en esa situación y sin indicios de cuándo podría regresar con su familia, Carmen trató de suicidarse. Lo recuerda así:

“Sentía que me iba a dar un ataque de nervios de estar encerrada. Los niños me necesitaban. Comencé a oír voces que me echaban en cara que no estuviera con mis hijos. Pensé que no valía la pena vivir.

Tenía una media que usaba para limpiarlo todo. Una voz me decía que me la enrollara en el cuello y me matara. Mi compañera de celda estaba leyendo. Era una afroamericana encantadora que hablaba un poco de español. Comencé a ahorcarme y dijo: ‘¿Qué haces?’ No sé lo que pasó, salvo que todo comenzó a estar oscuro.”


Ante su intento de ahorcarse, los agentes esposaron a Carmen y se la llevaron a otra celda. Más adelante la dejaron en libertad, pero su caso aún está pendiente.

"No me respetaron como ser humano. Tenga o no los documentos en regla, soy un ser humano. Me estaba hundiendo, pero en vez de ayudarme, me esposaron [...] 

La primera mañana que me levanté después de quedar en libertad, no sabía donde estaba. Mis hijos estaban muy felices de que hubiera regresado. Tuve mucho tiempo para pensar, reflexionar sobre mi vida y pasar más tiempo con mi familia. Pensaba que los pájaros enjaulados son muy bonitos, pero nadie debe ser privado de su libertad, nadie debe ser enjaulado."


La historia de Marcella, Corea del Sur

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Marcella, filipina de 34 años, llegó a Corea del Sur en abril de 2006 a través del Sistema de Permiso de Empleo (EPS).

Mediante este sistema gubernamental, Corea del Sur se convirtió en uno de los primeros países asiáticos que reconocía legalmente los derechos de los trabajadores y trabajadoras migrantes y les concedía el mismo estatuto que a los trabajadores coreanos, con los mismos derechos laborales, el mismo sueldo y las mismas prestaciones sociales. Sin embargo, en la práctica los trabajadores migrantes continúan sufriendo penalidades y abusos.

“Cuando llegué, trabajé en una fábrica en Osan, en la provincia de Gyeonggi, donde fabricábamos resistencias para ollas arroceras. Me pagaban 786.000 wons surcoreanos al mes (815 dólares estadounidenses).

Mi jefe no era nada agradable, me insultaba y me presionaba para que trabajara más rápido. Por ejemplo, quería que fabricara mil resistencias al día. Es muy difícil llegar a ese número, tienes que conectar los cables y, como son tan pequeños, te duelen los dedos, especialmente el pulgar y el índice.

Vivía en un contenedor de mercancías; una habitación con una ventana. A veces llamaban a la puerta en medio de la noche y me asustaba mucho. En invierno hacía mucho frío. Tuve que comprarme una calefacción, pero seguía haciendo frío. En verano hacía mucho calor incluso cuando encendía el ventilador, que tuve que comprar con mi dinero.”


Marcella fue despedida injustamente de la fábrica tras pedirle al jefe un día libre en Navidades.



Más información

Protección de los trabajadores y trabajadoras migrantes en Corea del Sur (llamamiento a la acción, 18 de diciembre de 2009)
Los trabajadores migrantes, tratados como mano de obra de "usar y tirar" en Corea del Sur (informe, 21 de octubre de 2009)
Immigrant detention in the USA (Amnistía Internacional en Estados Unidos)
Migrantes y solicitantes de asilo irregulares. Alternativas a la detención relacionada con la inmigración (documento, 1 de abril de 2009)


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